Minuto Uno | Opinión
Por Juan Carlos Junio
Resulta difícil recordar un papelón tan notorio en el ámbito financiero y a los ojos del mundo como el «bono del siglo». Quizás influyó otro elemento simbólico: estamos cerca de alcanzar los 100 mil millones de dólares de deuda desde que asumió el presidente Macri.
Con esa extravagante pretensión de eternidad emitieron un bono que durará 100 años. La extraordinaria paradoja fue, que al día siguiente, el banco de inversión Morgan Stanley le negó impiadosamente al gobierno argentino la aspiración a mejorar la categoría de país «fronterizo» a «emergente». El golpe fue muy fuerte y no hubo más remedio que aceptar públicamente la decepción y asumir el costo político. Lo cierto es que después de haberle pagado en forma irrestricta a los prestamistas «buitres», de haber quitado todos los controles de cambio que posibilitan una fuga y salida récord de dólares, de habernos endeudado a una velocidad superior a la de Martínez de Hoz y Cavallo, los mercados de la metrópoli que gobierna el mundo nos dejaron en la frontera. Así es que el país todo se endeuda a una tasa carísima del 7,9% hasta el año 2117. Nos recuerda al empréstito Baring Brothers de Rivadavia, que comenzó en 1824, y se terminó de pagar en 1901, aunque luego se tomó otro con la misma casa bancaria y recién lo terminó de pagar Perón. Eso es lo que ya nos ha pasado con las deudas eternas. El país queda a merced de los acreedores quienes indefectiblemente presionan sobre las políticas de salud, educación, cultura y todo el gasto social, para que se achique y así ellos puedan cobrar sus intereses. Esta lógica de negociaciones y restricciones presupuestarias sin fin, terminan condicionando nuestra soberanía económica y política. En suma, operaciones ruinosas para nuestra nación que pagarán varias generaciones y un gran negocio de los prestamistas, siempre listos para colocar bajo presión sus excedentes financieros.
Pero la verdad, aparte de lo que diga Morgan Stanley, lo que más preocupa es lo que dijo el Indec. La semana pasada publicó datos del PBI, del comercio exterior, de pobreza, y del consumo. Ni una a favor. Bochados en todas las materias.
El gobierno quiso festejar que el PBI creció 0,3% durante el primer trimestre respecto al año anterior. Todos sabemos que: 0,3 es un símil de cero. El famoso cero que inventaron los árabes. Es la nada, la nulidad. No se creció, estamos literalmente estancados.
Abriendo por partidas, y más allá del crecimiento de algún sector menor, lo que importa por el peso en la economía y en el empleo, es el sector industrial. Y la industria acusó una retracción del -2,2%. Mientras tanto, en Pepsico despidieron a 600 trabajadores, y el ministro de Trabajo Triaca se limita comentar: «Hay decisiones de las empresas que no acompañamos».
Por otra parte, el intercambio comercial en mayo sigue dando deficitario. En valor las exportaciones aumentaron 0,8% pero las importaciones 24%. O sea, le vendemos menos al resto del mundo pero ellos nos enchufan de todo. Vienen productos de China, Brasil, Dinamarca, Suecia, India, entre ellos alimentos diversos.
Al comercio interno tampoco le va mejor. En abril, las ventas a precios constantes en los supermercados cayeron 1,6%. En la Ciudad de Buenos Aires bajaron un poco más, y en los conglomerados donde el Indec agrupa a Catamarca, la Rioja, San Juan y San Luis la situación es acuciante: 8% de retracción de las ventas reales. Corrientes, Chaco Formosa, Jujuy, Misiones y Santiago del Estero presentaron una caída del 5%.
En los shoppings, el resultado negativo en abril fue del –8,9% anual, prácticamente 9%. Se confirma que el consumo está en caída libre.
Por eso se dispara la pobreza y el gobierno no termina de comprender y menos aún de explicar las verdaderas causas. Según el Indec, en mayo una familia tipo necesitó $ 14.665,88 para no ser pobre. La UCA publicó que desde que asumió Macri la pobreza aumentó 4%. O sea que cada vez nos alejamos más de la pobreza cero. Lo contrario de lo prometido a la ciudadanía cuando se la convocó a que vote por el candidato Macri. Nuestro país se ha vuelto una fábrica de pobres como en otras épocas que creíamos olvidadas. Encima ahora se hizo público que estuvieron eliminando todas las pensiones que podían, incluyendo la de los discapacitados.
Y nuestra querida Ciudad de Buenos Aires escaló un casillero, pero en un ranking negativo: según la consultora RRHH Mercer, alcanzamos el puesto 40 entre las 209 Ciudades más caras del Mundo. El tema es que quieren que los porteños paguemos los consumos a precios como si viviéramos en una ciudad top de un país desarrollado, pero con los servicios, salarios y jubilaciones a la baja, propios de un país que ni llega a emergente.