Página/12 | Opinión
El gobierno de Horacio Rodríguez Larreta ha dado un nuevo paso en su plan de refundación radical del sistema educativo de CABA, con el anuncio sobre la implementación de cursos de “educación financiera” en escuelas secundarias de gestión pública y privada. La nueva iniciativa se propone convocar a empresas ligadas a la actividad financiera y del sector “fintech” para que generen las líneas de formación que lógicamente serán funcionales al uso de los dispositivos de administración de fondos, que incluyen los formatos para instrumentar actividades especulativas, como criptomonedas y “consumo responsable”. Esta novedad supone transformaciones significativas en la construcción de los programas de estudio, ya que se trataría de conocimientos desligados de las disciplinas establecidas. Sin embargo, el elemento más retrógrado es que los contenidos serían dados directamente por miembros de las empresas privadas, y no por docentes del sistema público institucional. En buen romance: docentes afuera; empresarios adentro; y nada de conceptos pedagógicos.
En realidad, no se trata de una medida aislada ni de un ensayo circunscrito a una jurisdicción. Deberemos reconocerles a Rodríguez Larreta y a su ministra Soledad Acuña una gran pertinacia en su visión “anti escuela pública” que se viene expresando en sucesivas reformas, particularmente la iniciativa de la “Secundaria del Futuro”. Esta propuesta presentada en 2018 partía del reconocimiento de la crisis del nivel medio, para dar respuesta a los requerimientos del capitalismo del siglo XXI. Dado que la perspectiva ideológica del gobierno porteño es tecnocrática-conservadora, se propusieron adecuar el funcionamiento del sistema educativo a las nuevas demandas de los procesos de acumulación de rentabilidad capitalista, sin ninguna perspectiva crítica y mucho menos ponderando sus raíces históricas.
En realidad, no es un fenómeno local ni actual: es parte de un proceso mucho más amplio que tiene un largo recorrido tanto nacional como internacional de más de medio siglo, promoviendo cambios en el campo educativo.
Ahora se avanza no sólo con nuevas estrategias privatizadoras, sino con la introducción de una cultura celebratoria de la actividad especulativa, un atributo típico del régimen de acumulación financiera que expresa la ideología macrilarretista. Una auténtica recreación del apotegma dictatorial: “da lo mismo acero que caramelos”.
Esta propuesta educativa de la derecha porteña tiene antecedentes programáticos en obras “teóricas” como “Libertad de elegir” de Milton y Rose Friedman (1980); que desplegó sus primeros ensayos prácticos en la política educativa del dictador Augusto Pinochet. Se trata de una nueva avanzada que ha fracasado en todas sus promesas de mejoramiento de la “calidad educativa”. El estallido en Chile, que tuvo fuertes anclajes en núcleos magisteriales y estudiantiles, o las grandes rebeliones educativas en México o en Colombia dan cuenta de los fracasos de este modelo para los estudiantes y la comunidad educativa.
Frente a estas políticas en CABA se han registrado diferentes reacciones comenzando por los propios colectivos docentes y sindicatos, excluidos siempre de la toma de decisiones que los afectan. Recordemos finalmente que, en todas las innovaciones tecnocráticas, privatizadoras y autoritarias de Juntos por el Cambio se operan procesos de desfinanciamiento severos del sistema educativo, deterioro de la infraestructura y equipamiento escolar, precarización laboral docente. En suma, desprotección, privación de derechos, imposición autoritaria de proyectos elaborados por fuera y en contra de las comunidades educativas.
Sin embargo, no se trata sólo de denunciar un orden social y educativo inaceptable, sino de ayudar a pensar una alternativa capaz de poner a la educación pública a la altura de los grandes desafíos de un proyecto pedagógico democrático y emancipador.
Los sistemas educativos fundados en el siglo XIX han sido —no sin grandes tensiones y contradicciones— producto de luchas e intereses cruzados. Dado que la educación es parte de un orden económico-social más amplio, es preciso tener una mirada a la vez crítica y viva con esos contextos.
No hace falta que los conservadores porteños descubran que no puede haber un proyecto educativo adecuado al siglo XXI sin promover una relación orgánica con el mundo del trabajo. Tampoco puede haber una educación que prescinda de marcos ético-políticos y culturales. Pero no hay un mundo del trabajo homogéneo. Hay alternativas muy diferentes, y antagónicas, en cada campo.
Educar, formar en la lógica de la producción de bienes y servicios para satisfacer necesidades sociales y culturales no es lo mismo que formar un individuo cuyo sentido principal de la vida sea el lucro, fuera de todo proyecto colectivo. Los grandes dilemas de nuestra época son otros: ¿cómo formar jóvenes para una nueva democracia del siglo XXI con una fuerte participación de la sociedad, contribuyendo a la construcción de ciudadanías plenas? ¿Qué valores culturales debe promover la educación? Estos grandes ejes ideológicos deben ser parte de un gran debate en la sociedad y en la comunidad educativa.
La transformación de los sistemas educativos es un proceso impostergable, aunque reconoce dos orientaciones antagónicas. De un lado, la perpetuación del orden actual neoliberal, profundamente inhumano y destructor de la naturaleza, que se expresa inevitablemente en el plano de la educación y la pedagogía. Del otro, la reinvención de una educación renovada y auténticamente democrática, reconociendo nuestros orígenes y nuestra historia, nutriéndonos de nuestra cultura y, desde ese anclaje, transformarnos para construir la educación del porvenir. Pero, cualquiera que sea el camino, no podrá recorrerse sin los y las maestros/as y docentes, y la participación activa de las comunidades educativas. Y menos aún en su contra, a partir de prejuicios clasistas, propios de las elites.
Nota publicada en Página/12 el 18/01/2022