Página/12 | Opinión
Sabíamos que terminaría y que volveríamos a nuestras vidas con sus cotidianidades, y con sus temas y contradicciones económicas, políticas y sociales. Fuimos partícipes de uno de los más grandes fenómenos de celebración colectiva de nuestra historia, por la confluencia de la necesidad vital de los pueblos de unirse, bailar, cantar y abrazarse, en un ritual que no invoca y agradece a los dioses ancestrales, sino a un grupo de jóvenes futbolistas que habían conquistado el más notable triunfo deportivo del planeta. El acontecimiento se nutrió y potenció con algunos valores humanos y culturales que expresaban los protagonistas: unión fraternal como grupo, amistad, solidaridad sincera y generosa entre ellos, y abnegación en el trabajo.
Esos atributos sociales y humanísticos se amalgamaron con un compromiso hacia la eficiencia en pos de un resultado, en este caso, lograr la Copa del Mundo. Retornando a las lides políticas de nuestro tiempo, resulta imprescindible reparar en el acontecimiento más importante de la hora: la proscripción de Cristina y sus potenciales consecuencias.
Surge entonces un primer interrogante: ¿acaso ciertos poderes creían que iban a condenar a Cristina sin pena ni gloria? ¿Acaso imaginaron que se allanaría pasivamente a la estrategia orquestada por los poderes económicos que utilizan a sus marionetas de la Corte, de Comodoro Py y a los políticos de Juntos por el Cambio? Una vez más Cristina no se sometió a la soberbia de los que actúan como dueños del país. Entonces ocurrió lo inesperado: “No voy a ser candidata, no tendré fueros”. Como los grandes alegatos de la historia, la acusada en tribunales ilegítimos, se convirtió en acusadora, denunciando al poder político y económico del macrismo (“los amarillos”) y de las diversas derechas, por su responsabilidad en el fatal endeudamiento del país y la catástrofe social que generaron en todos los pliegues de la sociedad.
Cristina terminó, cual Alejandro con el nudo gordiano; con los eufemismos de la gente seria y “bien pensante”, que van imponiendo los sabios del mercado político-periodístico. Los definió por lo que son y por sus actos políticos: una mafia paraestatal que expresa al gran empresariado local (de nacional no le queda nada). Cierto es que quedaron desconcertados propios y ajenos, quienes especulaban con todo tipo de alquimias, pero siempre dando por hecho que Cristina privilegiaría mantener fueros protectores. Grandes analistas que tienen “info de la boca del caballo”, pero lo que no tienen es el reflejo ideológico de las y los rebeldes que no se someten, desde donde nace el coraje político que los coloca en la historia como líderes de sus pueblos. La acusación de Cristina acerca de la existencia de una mafia no es una calificación de circunstancia. Emergió una violencia capaz de atentar contra la Vicepresidenta, y existe impunidad judicial que proscribe ilegalmente a la principal referente política del país.
Así las cosas surge un interrogante obligado: ¿el acto de Cristina debilita al Frente de Todos o lo fortalece? Algunos están sumidos en el desconcierto. Sin embargo, la historia enseña que los actos de valentía y enfrentamientos con los poderosos despiertan y afianzan la conciencia y la subjetividad del pueblo. Desde esa fortaleza ideológica, resulta viable convocar a la ciudadanía popular, a la militancia y a la dirigencia política del FdT a ser protagonistas desde ahora mismo para retomar la iniciativa. Claro que resulta imprescindible que el gobierno avance con medidas que se compadezcan con las urgencias sociales de los 18 millones de pobres y de los diversos estratos de las clases medias inmersos en la incertidumbre generada por los formadores de precios, quienes son los verdaderos culpables de la inflación. Este tema es muy complejo, pero de lo que no hay duda, es de quienes tienen el poder de formar los precios, y quienes son los que se benefician con ello. Con eso alcanza y sobra para responsabilizar a los remarcadores crónicos.
El atentado contra Cristina inspirado por núcleos del poder político y económico, e instrumentado por núcleos de lúmpenes pro nazis; su condena con un definido objetivo de proscribirla; los fallos de la Corte y camaristas abiertamente indecentes y alejados de todo apego a las leyes, como el de la controversia por los fondos de coparticipación; junto a la conducta política obstruccionista de la derecha en la Cámara de Diputados, van mostrando que se avanza en un sentido de restricción y funcionamiento de las instituciones y la vida democrática del pueblo.
Recientemente en ocasión de los 39 años de la derrota de la dictadura, Cristina convocó a no permitir que “la democracia se la lleven puestas las mafias”. Este impulso político es determinante. Ya lo vivimos en otros momentos: ¡Vacían la democracia y luego la acusan de impotente! Debemos afirmarnos en la convicción de que la democracia es una creación del pueblo, quien la necesita es el pueblo y debe ser defendida por el pueblo.
Otra mujer, a principios del siglo XX desde su condición de luchadora política y teórica del marxismo, señalaba para los tiempos: “Es falso que haya un vínculo intrínseco entre democracia y capitalismo. Hay circunstancias en que el interés general coincide con el de las clases dominantes, pero ante cualquier peligro de sus intereses, comienzan a negar y sacrificar las formas e instituciones democráticas”. Concluye Rosa Luxemburgo que la democracia es un valor esencial que el movimiento revolucionario debe salvar de los grupos reaccionarios. Inclusive convoca a defender el sufragio universal que “no es una concesión de la burguesía sino una conquista de los trabajadores” (Rosa fue asesinada el 15 de enero de 1919). La reciente convocatoria de Cristina a una gran movilización el 24 de marzo “por una Argentina y una Democracia sin mafias, que nos merecemos”, expresa no sólo su adhesión y protagonismo de siempre por los Derechos Humanos, sino también la interpelación a reconquistar la militancia política, “a tomar contacto con el barrio y la realidad”.